Habíamos llegado a tu casa. Al notar mi presencia, dejaste de regar unas orquídeas con un rociador para saludarme con displicencia. No sé por qué me acordé entonces cuando un dorado pasó cerca. Estaba con el agua a la cintura, a punto de zambullirme, y por unos segundos ese pez se detuvo en línea recta, a no más de un metro, como si quisiera decirme algo. Desde ese día vuelve a tus pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario