Ese cuadro, comentaba, no es abstracto.
Si lo ves bien, dije, habla de pantanos
donde una cigüeña mira unos cuervos
que graznan alrededor. Veía posibilidades
parecidas en los tachos de basura
echados en la vereda, a lo largo de la calle,
quietos bajo la luz.
Frente al río, gracias al viento,
tu cara no tenía un rasgo de imperfección
tampoco de soberbia. Unos pájaros,
pequeños, simpáticos, de dos colores,
nos acompañaban.
Por un instante, me pareció
que el río se quedaba quieto.
Esa noche te soñé junto al fuego
y un rebaño de ovejas.
A un costado, copiabas un poema
de Rilke que habla sobre unas hortensias.
Me decías: “Quiero de vos mucha entrega,
un enorme trabajo…”, y en el papel
mis trazos se volvían la luz del sol
reflejada en el agua de un cántaro.
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