No hay una acción o un recuerdo,
capaz de convencerme de que esa
predisposición inicial ya no nos acompaña.
Todavía creo en las contemplaciones fugaces.
Porque incluso los más sabios, alguna vez,
advertidos por la luz que ofrece el final del día,
se volvieron hacia sus latidos, y ajados y solícitos
crecieron sin adentrarse en juicio categóricos.
No conviene, dijeron. Mejor dejar
que unas niñas desaten los lazos que nos unen
a los muelles donde los barcos reposan.
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