Día de primavera ventoso, gris y frío. Miro por la ventana. Un vecino del antiguo y elegante edificio de enfrente abre sus ventanas y apaga un aire acondicionado que estará en calor. Recién entonces mirando esa ventana abierta caigo en la cuenta: ese edificio, tan parisino y con departamentos tan grandes, debe tener cuartos que den al patio interior donde mi vecino dormirá alejado de los ruidos de la calle.
A mi vecino lo veo a veces fumando en el reducido balcón, mayormente espiando un poco como hago yo lo que pasa en una calle que baja. Tiene un padre que debe rondar los noventa años y en mi imaginación este hombres es un ser solitario que no hace mucho de su vida, pero se mantiene delgado, fuma y cuida a su padre. Y lo hace sin siquiera esperar heredar su fortuna porque ya no lo importan esas cosas, aunque sí vivir en ese palacio y fumar tranquilamente mirando desde su balcón, igual a como miro yo.
después, agradezco tanto que siga el frío un poco más, como si el invierno nos quisiera bañar con su fuerza un poco más y al mismo tiempo estuviese seguro de que la extensión de los días, el verde de los árboles, nos reconfortase para que pensemos que el frío es un último regalo que conviene atesorar.
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