Por entonces lo que más me interesaba era pintar, con un mínimo realismo, un día de invierno en plena montaña. Un día que habíamos vivido el último verano. Y cuando digo mínimo realismo, me refiero a ese límite entre el mundo figurativo y abstracto, un borde que muestra dos mares de colores diferentes. Un azul oscuro de un lado, el turquesa yéndose al celeste del otro. Las montañas sería el azul oscuro, mientras que el cielo, a medida que asciende, sería un turquesa convirtiéndose en celeste igual al que vimos ese atardecer memorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario