En ese tiempo, en nuestro balcón veíamos caer la lluvia sobre la caparazón de la tortuga que invernaba entre dos macetas. Y nuestra perra, cuando me acercaba a ver a la tortuga, venía a olfatearla. Durante esas tardes me ayudabas a preparar los colores porque ese tema me costaba. O en realidad, me impacientaba. Hasta que terminábamos y abrías las ventanas. Decías que para que el viento nos pegue en la cara.
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