El día no se había ido del todo. No se veía a nadie en los jardines que rodeaban al edificio. Había dejado de llover y no sé por qué de pronto pensé que los árboles y cada planta, cada objeto por su sola presencia, era una obra de arte. Al fin de cuentas, lo que tanto disfrutaba era una paz soñada. Así que por un instante traté de escuchar los trinos de los zorzales cuando se afinan. Dos de ellos andaban debajo de unos ligustros. Los conté bien: sí, eran dos; saltaban de una rama a otra, de un árbol a otro. Me pareció que rescatando el perfume del bosque minutos después de la tormenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario