Cada noche de nuevo pasaban imágenes punzantes. Y lo mismo cuando amanecía. Ese invierno veía los barcos encallados en el estuario cada tarde.
Y cada tarde también esperaba que volvieses de tu trabajo, ansioso, atento a los detalles, consciente de que las cosas que tanto temía pasaban o no pasarían. Las margaritas crecían y a mitad del verano se desmoronaban por su propio peso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario