Para entonces, todo parecía tranquilo. Se iba la tarde y las palmeras se volvían azulinas y por instantes violáceas. Descalzos, sin apuro, caminamos hasta las plantas de yerba mate hablando de las muchas formas que hay de cortarlas, de cómo hay que preservarlas de las hormigas negras que van por un espacio que adormece a las fieras debajo de árboles centenarios, a veces sufridos.
Los peones nos habían dicho que la tormenta eléctrica, tan visible hacia el oeste, significaría el fin del otoño. Exagerando, había comentado que la costa recibiría a las víboras que bajarían al río desde los lugares más altos. Sin hacernos problema por eso, fuimos a echarnos bajo los laureles para disfrutar como esos potrillos que se juntan a tocarse el hocico. Fue entonces cuando, pasado instante, un rayo iluminó tu cuerpo.
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