Te gustaba, decías, un árbol con florcitas naranjas encima. “Cuando sol gana altura, los trinos se apaciguan”, comenté. “Me gusta el carácter de ese árbol”, dije después. “Las cosas de por sí no tienen carácter”, respondiste. “Uno se lo asigna.”
Sin embargo, había algo apenas sugerido en el árbol, y también en la piedra a mitad del río. Y de eso hablaba… De que las cosas reclaman la belleza... Pero mis teorías, decías, no estaban bien planteadas.
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