Me despierta mi hijo y miro por la ventana:
todavía es de noche. Cuando salimos
hablamos de lo frío que está
mientras Félix, el encargado, limpia la vereda.
Pronto, llegamos a la cochera y
verificamos con cierto nerviosismo
que no hay nadie a la vista. Solo un
televisor a todo volumen en la entrada.
Al fin Agustín, el hombre que acomoda
los autos, se deja ver en el fondo.
El trayecto hasta el lugar donde tiene
que rendir su examen mi hijo es corto.
Por eso aprovecho para decirle en pocas palabras
que lo importante es hacer el mejor esfuerzo posible
y entregarse a las circunstancias.
No es un gran discurso, ni supongo que puede ser
de demasiada ayuda. De modo que termino
poniendo mi mano sobre la suya y con eso
creo que haber mejorado en algo las cosas.
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