Esa misma noche tuve un sueño extraño en la que vos, junto a la pileta, rodeada de una bruma incipiente, en una reposera, al tiempo que un viento leve movía las ramas del sauce sobre tu cabeza, me mirabas. Y no había en tu cara, recuerdo, una sola imperfección, tampoco un aire de soberbia. Con suavidad, acomodándote de costado en la reposera, en el sueño me decías: “Vení conmigo.” Pero cuando me sacaba la remera para ir a tu lado, te levantabas alarmada. Señalando el río decías: —La casa de Anselmo está en llamas.
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