Confianza, serenidad, cercanía con los pájaros.
Todo eso debo encontrar, y no porque me lo haya
dicho una astróloga primero y después una tarotista,
y de nuevo otra astróloga, sino porque lo siento
como una necesidad. Pero ese hito me resulta
la montaña más alta imaginable.
Tal vez porque, al intentar dormir, me gusta
pensar que vivo en una isla con una ciudad
rodeada de árboles y lagunas cada dos o tres
cuadras y en donde ocurren cosas excitantes,
pero también salvajes, y a veces macabras,
y ahí radica la fascinación de lo que ocurre en la isla.
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