Ese hombre, que los primeros días vimos ejerciendo de cajero en el restaurante al costado del Reichstag, uno con esas mesas afuera, casi sobre el Tiergarten, tenía una mirada en cierto modo sufrida y amorosa, que emanaba cierta bondad capaz de dibujar un aura.
El tercer día que fuimos el restaurante solo permitían el ingreso a ciertos corredores de la maratón de Berlín. Lo han alquilado, nos explicaron. Y sin embargo, al hombre lo encontramos unos metros más adelante a cargo de la venta de salchichas junto a una parrilla. Nos detuvimos a probarlas solo con una botella de agua y nos las dio con esa bondad suya que ofrecía al prójimo...
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