Copenhague. Un parque donde trotan unos estudiantes cada uno por su lado. Salvo dos chicas que van juntas. Se esfuerzan, por lo visto, bastante, aunque no demasiado. Son serios. Después, vemos una chica meditando al costado del camino. Está fija en unas plantas, a no más de veinte centímetros de ellas. Seguimos y pasamos por un hospital inmenso, doblamos y atravesamos un espacio más de parque en donde hay un bici acostada. Al parecer, abandonada. Y por fin, debido a la lluvia, nos subimos a un bus y nos bajamos en el jardín botánico donde entramos a comprar unas semillas. Una joven simpática nos advierte: Tal vez no podamos ingresarlas a Argentina. No habrá problemas, aseguro. El jardín botánico nos gusta. Tiene unas montañas artificiales hechas con piedras, en cierto modo, al estilo japonés, con acequias y cascadas, de no más de medio metro de alto. Como llueve, no hay nadie. Solo una madre y su hija, La hija tiene unos cuarenta años. También son simpáticas. Supongo que alemanas, y nos sacan una foto. Después, pasamos por una casa anexa, que en sus paredes exteriores, sobre cajones de tierra, muestra cómo trabajan los almácigos. Vuelve a llover y miramos los árboles desde una lomada. Un momento feliz.
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