Sin embargo, la noche de la que hablo a continuación en mi cuaderno, como se acercaba el fin de año, había cierta exaltación en las calles. Varias personas caminaban apuradas para celebrar en sus casas, mientras nosotros, de la mano, frente al estanque de la plaza principal, mirábamos cómo el viento movía el agua. Y ahora mismo, gracias a mi cuaderno, todavía el viento permite que viaje una hoja seca del roble sobre el agua, y el sol la hace brillar, mientras gira. Es mejor que una obra de arte, dijiste aquella vez.
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