Esos días buscabas
una paz imposible:
si no era en un lado
era en el otro que un perro
o alguien alteraba tus nervios.
Vivías en un lugar tenebroso
que no podrías describir del todo.
Hasta que un águila voló
desde una montaña nevada
para llevarse de tu pecho
lo que te agitaba.
Y por fin viste, bañada en sangre,
la serpiente que vivía de tu carne.
Y sentiste pena por su partida.
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