Se habían colgado los dioses del cielo
para interpretar la última de las tormentas conocidas,
y se tomaban también el lujo de vociferarlo
con el viento. Pero antes, pájaros
de rincones lejanos se habían acercado
hacia dónde descansaba -sobre un diván,
casi colgado de la montaña- y le habían
permitido recordar tiempos antiguos
en que iba de vuelta a su casa
después del colegio gracias a que lo peor
había pasado (las obligaciones del aprendizaje).
Lo que restaba del día estaba en su mundo,
que era mucho más intenso, y por eso
más real que cualquier otro.
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