Era como si en cada calle
viese un sinfín de amigos
que enseguida podían mostrar
su miseria o codicia, y que eran
incapaces de refrenar la necesidad
de hacer el mal por motivos, en definitiva,
entendibles, y por lo tanto, esos arranques,
que todos tenemos, lo motivaban
a ser más indulgente, pensaba,
mientras recorría cuadras mal iluminadas
por donde muchos habían transitado,
y ya no estaban, pero se hacían ver
en negocios que le parecían familiares,
y lo impulsaban a rescatar un elemento
que llamaba próximo, y que por eso
encontraba divino, y definía como
un matiz que lo acercaba
a cierta protección, y a la vez de malicia,
cercanía y repulsión terrorífica,
que sentía al final de cada cuadra.
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