Quiso ver el mar durante mucho tiempo, para estar él dentro del agua. No en una parte, sino en todo lo que se extendía enfrente como un manto misterioso. En su cabeza, ese mar era tibio, como la bañadera que lo recibía de niño, cuando se creía una foca o un delfín, y por donde podía ir sin ataduras, sin destino, hasta mar abierto. Casi lo mismo que ahora frente al agua inmensa.
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Acrópolis
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