Roma. Salimos rumbo a Parioli y cuarenta y cinco minutos después estamos en un barrio que tiene la tranquilidad que supuestamente debo adorar pero también una quietud, una falta de viento, que me termina por no convencer, y en todo Roma noto ese defecto. No hay viento. No suele haber viento, al parecer.
Avanzamos por calles y avenidas que dan a un parque inmenso y llegamos a un mirador desde donde se divisan canchas de rugby, tenis y pistas de atletismo y al final barrios de las afueras. Todo en calma hoy primero de enero.
Una gaviota de gran tamaño revuelve la basura mientras un joven pasea un beagle sin atreverse a molestarla. Lo mejor viene después: una pizzería en una calle tranquila. Croquetas y pizza en mesas en la vereda y sin comensales cerca. Solo una atractiva policía que se acerca a realizar un pedido y después una joven en un auto diminuto. Por fin, saludamos a la persona que atiende, que es simpática y habla bastante bien el español. Luego seguimos viaje Villa Borguese a través de una avenida que baja y tiene edificios señoriales. En el parque nos detenemos a ver los árboles y las fuentes. Antes pasamos lo mínimo por el Zoo. Después, Piazza del Popolo con mucha gente. Todo acá parece de otro tiempo, hasta las multitudes y los desfiles que vemos.
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