martes, 7 de enero de 2025

Visiones. Nápoles

 Los curas chistando en la basílica de Santa Clara para que la gente haga silencio. Luego, llaman a uno de ellos para que asista a un hombre de unos cuarenta años, en remera, que está sentado en un costado, en una de las capillas que tiene la iglesia, con una expresión opaca, de malestar sin nombre.

El cura que se sienta a dar la confesión sin demasiado entusiasmo en la gran iglesia de Jesús Nuevo, que está casi enfrente de la basílica de Santa Clara. Enseguida, viene un hombre con buen peso, canas, gesto respetuoso, algo apremiado, que se sienta frente a él en una silla —el cura está sentado en otra, enfrente tiene una mesa y en el medio hay una división de acrílico—. Empieza a hablar con profusión y el cura lo escucha atento, pero también parece marcado por un aire severo, de quien lleva demasiado tiempo en ese lugar.

El hombre que llega con un camión, lo detiene frente a la mesa donde estamos comiendo, en plena piazza de Jesús Nuevo —guarecidos por una estructura de acrílico que nos preserva del frío—. Se dedica a bajar las garrafas de cerveza y los botellones de agua con un aire de satisfacción apenas visible. No reniega de su trabajo, al parecer. Los mozos son jóvenes y asumen ese gesto propio de quienes creen, con razón o sin ella, que nada puede tocarlos.


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