miércoles, 29 de enero de 2025

Ragusa Ilba

Mientras sube, uno a uno, los escalones de las afueras de Ragusa, intenta llevarse consigo los instantes que sabe contados, y que, con todo, justifican tantos otros que en su vida no tuvieron nunca ese ímpetu desesperado. Es un momento que se impone de pronto: el sol se va y los pájaros lo saludan, como lo han hecho en miles de millones de días iguales a este. Pero hoy ha sido distinto. Caminó con su mujer y su hijo por jardines que miran a las colinas, donde se cruzaron con dos argentinas que les contaron su vida en esa tierra. Luego dejaron el parque y entraron en calles donde se esforzaron artistas, constructores, obreros y tantos otros. Al punto de tocar algo de la fuerza que se guarda en la tierra y que, por obra de millones de años, se asoma para escuchar a los pájaros. Por suerte, en esas calles casi no había nadie. Como si todo eso, al fin, hubiese dejado de contar con la atención de la gente. Y él pudiera quedarse con todo, gracias al frío, al invierno.

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