Ayer en escultura me adentré
en el ritmo suave de la herramienta
sobre el barro en el ir y venir
como lo hace el agua y el viento
en una mesa de madera ubicada
en una terraza que mira el horizonte
y tiene un palo borracho en flor detrás
que recibe a los colibríes
felices de llegar a lo más alto
donde incluso parece que juegan.
Somos tres, y nos acompaña un gato,
y mientras el sol baja cada uno avanza
en su intento por expresar algo
que tiene que ver con darle sentido
al hecho de nacer, estar y morir.
Y para eso nada mejor
que los colibríes cerca.
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