Un momento de luz, y luego de sombra, generado por las nubes al pasar por el cielo; la tierra las refleja en sus pastos, en sus árboles esparcidos, algunos apenas rozando el suelo y otros grandes, altos, casi como colinas de ramas y hojas que se divisan a lo lejos. La Pampa, un lugar que me resulta familiar y que cada vez quiero más. Es que, con el paso del tiempo, gracias a la posibilidad de andar un poco —o tal vez bastante—, uno aprende a valorar lo propio, lo más cercano, como se conoce el cuerpo que nos acompaña cada día y también por las noches, y otra vez bajo el sol, después la luna y las estrellas, repetidas hasta un cansancio que en algún momento alcanza el cuerpo y lo libera.
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