Estabas en las afueras de Roma. Ciampino el lugar.
Los pájaros cantaban. De pronto, el sol invernal te tocaba
mientras escribías en un balcón frente a montones
de pinos muchas veces repetidos. Todo parecía
encontrar un cauce. El mundo feliz había estado
siempre a la espera de un momento que por fin
vivías en donde no había molestias cercanas
ni pensamientos oscuros ni formas enrevesadas.
El sol llegaba a tu cara y eso valía más que cualquier idea
o meta cumplida. Más que miles de millones de años
pasados o futuros. Lo sentías y estabas bien con él
y con los pájaros. Y ellos felices cantaban.
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