Sábado. Me levanté un poco más recompuesto del cansancio que tenía la noche del viernes, pero no mucho. Fui al taller con mi pareja un rato —apenas una hora—, como para disfrutar de seguir con esos trazos azules que estoy dándole a los cuadros en varios lugares específicos. Después, tras pasar por una confitería y comprar una docena de sándwiches, llegué a casa para un almuerzo temprano, con la intención de salir para la cancha. A las 14 horas jugaba nuestro equipo.
Es un programa que realizo, más que nada, por mi hija y mi hijo, dado que a ellos les gusta. En mi caso, digamos que no me gustan las aglomeraciones de gente, no me entusiasma dedicar toda una tarde al fútbol y, sobre todo, no me ayuda la vibración de tensión en torno al evento.
Pero esta vez la tarde fue un éxito memorable. Ganamos sobre el final, y puedo decir que el abrazo que me di con mis hijos será un recuerdo eterno.
Es indudable que ese deporte es el vehículo para que mucha gente se acerque, para que se entienda en los términos más simples —o bien más primitivos—. Y así lo hicimos nosotros. Fuimos felices con eso.
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viernes, 16 de mayo de 2025
Futbol
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