Viernes por la noche. Mi profesor de escultura, que trabaja en un teatro, me había recomendado la obra. Y estaba en lo cierto: me gustó. Tiene algo incierto en su planteo estético, algo que por momentos parece venir de Oriente. Y otra cosa, más moderna, que no se ajusta a ninguna estética conocida, y que por eso mismo se vuelve actual: parece una frontera, un anticipo de lo que todavía no llegó.
Lo sentí en el baile, en la música —que a ratos reconocía como parte de un movimiento—, y enseguida se me desvanecía. Me dejaba en la duda. También en los trajes. Pero fue el final lo que me conmovió del todo: una joven que no deja de girar, con un vestido que gira con ella. Una preciosura memorable. Esos giros, tan prolongados, los voy a recordar por mucho tiempo. O al menos eso espero.
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