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domingo, 14 de septiembre de 2025

Los pájaros

Estoy en el último día de mis vacaciones en Búzios, en la terraza de una casa en lo alto de una colina con palmeras y árboles que animan el paisaje. Es un día templado de sol, unos veinticinco grados. El clima ideal para el ser humano, me dijo mi padre. Fue la única vez que vinimos juntos a estas tierras hace treinta años. A unos doscientos metros, en línea recta hay una bahía con forma de herradura. En el centro, deja ver el océano abierto y dos islotes con rocas de un gris claro donde, alrededor, sobrevuelan pájaros de un diseño tan preciso para planear, con mínimos movimientos, que verlos me relaja. Parecen golondrinas grandes. 

El día ha sido de paz, pero acaban de aparecer los seres humanos y sus perros, y esa manía —tan de estos tiempos— de escuchar música a un volumen capaz de imponerse a los demás ruidos de la naturaleza. Aunque no era eso lo que pensaba mientras miraba una laguna que tengo abajo a la derecha, sino en lo difícil que es aceptar todo tipo de peligros; podríamos sufrir tormentos en cualquier instante. En algún momento me tocará desaparecer y el mundo seguirá su curso. La rama de una palmera movida por el viento, a un costado, pareciera decirme algo. Tal vez que esa desaparición puede adquirir tintes dramáticos. O me dice que solo veré envejecer mi cuerpo hasta que decline. Los dioses podrían hablar de esa forma. 

Por suerte, los pájaros pasan a pocos metros desde un árbol con ramas que parecen secas y sin embargo sobre el final están florecidas. Descienden por el aire que sigue la pendiente de la colina. Son negros, con una cola larga y vistosa. Hace un rato, uno se acercó a comer una miga que había dejado cerca y pude ver su cabeza: un rostro inexpresivo con un canto de otro ámbito.

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