Una noche de verano,
con un amigo y los hijos de ambos,
con el mar hasta la cintura,
como no tenían suerte
con los faroles y los calderines,
decidieron usar una red más grande.
Mientras tu amigo extendía la red
de un lado, la orientaste del otro,
perpendicular a la rompiente,
a la altura de primeras piedras,
y pronto agarraron unos peces
y festejaron.
Pero, en la orilla,
como los peces estaban atrapados
en las redes y los niños no podían
sacarlos, sin pensarlo dos veces
los degollaste con tus manos.
Los niños te miraron horrorizados.
En tus manos, la sangre salada
parecía traer de regreso
algo que nunca se había ido.
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