Después de ir al lado brasileño de las cataratas, pasamos por un shopping duty free. Convocante el ambiente gracias a la simpatía de las vendedoras. Pasamos incluso un rato agradable en el sector de perfumes. Contagia el entusiasmo de mi hijo en torno a los aromas. Decidí, además, soltar un poco la billetera: compré ropa y algunos chocolates. Bastante generosidad para lo que suele ser mi estilo, en favor de no comprar cosas que no preciso. Por supuesto, la medida de la necesidad es amplia, y en mi caso está la obsesión de no caer en la frivolidad. En mi cabeza, significa un pecado grave: una forma de caer en la intrascendencia. Si yo fuera más leve, vería que la frivolidad también puede ser una forma de diversión, un respiro, aire.
Seguimos viaje por una ruta de noche que desplegaba los aromas del campo en verano. Alrededor estaba la selva misionera, con una electricidad convocante.
El Waze nos hizo ir por una serie de caminos vecinales donde había atrapacaminos —pájaros de colas largas y ojos fosforescentes— que esperaban nuestro avance inminente para levantar vuelo. Por fin llegamos. El lugar es una reserva privada que pertenece a una de las familias más ricas de la historia de nuestro país. La posada hoy tiene el ambiente relajado de los hoteles que fueron de categoría y transitan una vejez serena. Se nota en la calidad de los muebles y en la nobleza de las paredes. Todo lo realza el encanto de las mujeres que atienden, difícil de igualar. Diría que tienen un amor por sonreír que las asemeja al canto de los pájaros. También una suerte de practicidad y sabiduría grandes. Saben estar bien gracias a un talento innato para hacer las cosas más a mano. Adoro sus modos, su forma de hablar y sobre todo sus pelos lacios.
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