Viaje en aerolínea de Panamá. La gente cordial, sencilla, con una bonhomía natural. La aerolínea suma un leve manto de gerenciamiento norteamericano. Me resultó eso. También la sonrisa de una azafata. A esta altura me contento con esas visiones fugaces. Asiento pagos con más espacio -el suficiente para extender un poco más las piernas-. La visión desde el aire de la ciudad de Panamá también me atrae. Edificios de gran altura que podrían tener el encanto de lo moderno -ahora ya no me niego a eso-. El avance de la civilización siempre me angustia porque se hace a costa de la "naturaleza". Pero la tranquilidad que tengo es que el avance es inexorable y que llevará a nuevos espacios que por supuesto no puedo imaginar.
La aduana en Cancún incluye una serie de preguntas que me han impresionado. Nuevas dimensiones del mundo. Más control frente a las personas que fluyen, van, vienen. El hombre que nos recibe para llevarnos a Tulum es afable. Nos indica dónde cambiar dólares por pesos y nos recomienda un lugar para probar unos buenos tacos de camarón. Lo invito a almorzar con nosotros. Conversamos de los temas más diversos. Básicamente, le gusta contarnos de su vida. También de la realidad del lugar. Lo mismo pasa en el trayecto. Nos acompaña incluso a realizar unas compras. Su amabilidad me hace volverme con cariño a la cultura latinoamericana. Me doy cuenta cuánto necesitaba eso, como si ese acercamiento al mundo europeo hubiera sido una necesidad de darme importancia. Nada más ni nada menos.
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