Subo la cuesta desde el río. Al ser tan empinada, me exige un esfuerzo. Cuando termino de subir, giro a mi izquierda. Camino en dirección a la capilla unos cincuenta metros. El camino de tierra tiene la selva a sus costados. Paso junto a una valla que impide el ingreso de los autos y entro en un parque generoso, con árboles variados y pájaros cantando. Primero voy hasta lo que es un espacio para fiestas. Tiene un techo alto de madera, ventiladores, una barra y un piso donde -imagino- muchas veces se han dispuesto mesas. El lugar mira hacia el río. Sin embargo, no se llega a ver el agua. Han crecido mucho los árboles y las plantas. Me dirijo entonces hacia la capilla. Como el día anterior, está cerrada. Miro un poco la cruz de madera que tiene al costado y grabo un video para registrar el canto de los pájaros. Por fin, me siento en los escalones de piedra que bajan hacia el lado del río. No hay nadie en los alrededores. Al otro lado, se ven un par de autos estacionados, pero tampoco diviso a nadie. La balsa, que me ha dicho el guía del hotel que va a estar en funciones dentro de un mes, reposa amarrada. Los autos van a cruzar por esta parte del río de un país al otro. Me da pena. Llega entonces un auto del otro lado y deja a dos personas. No las diviso bien desde tan lejos. Se suben a una lancha y, en vez de cruzar el río, se van hacia mi derecha y los pierdo de vista. Me quedo entonces mirando el paisaje. Me siento feliz. Relajado. Con la cabeza libre. Después de estos pocos días de vacaciones he llegado a ese estado. Registro el canto de los pájaros. El viento en mi cara. Leve. Fresco, viene desde confines inesperados. ¿Esto es todo en la vida? ¿He sido bendecido? Pienso entonces que debe ser la hora de volver al hotel para emprender el regreso a mi casa. Si es que algo de todo eso me pertenece.
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miércoles, 3 de diciembre de 2025
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La capilla
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