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lunes, 15 de diciembre de 2025

Poemas en Nueva York

 Poemas en Nueva York



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Domingo de sol. Me fijo en la manera amorosa como nos dedicamos a levantar las hojas desparramadas por el jardín. Estamos en las inmediaciones de un sendero cada vez más desbordado por las lluvias. A un costado, escondidos entre las plantas, los niños ensayan ruidos de animales cuando ven a alguien acercándose. 

 

Son los mismos ciudadanos que añoran los cuadros donde, entre las plantas, se ven animales de la selva purificados por un atardecer. Algo en los colores del otoño habla de una vieja perra que aguarda la llegada de su benefactor.


Pienso en el camino que evoca el recuerdo de un roble que, una noche de tormenta, se desplomó sobre la calle apenas iluminada. Busco esa calle en nosotros que estábamos ansiosos por tocar lo incipiente. Ese ímpetu que alcanzamos entre rápidos pasos, asombrados, llenos de una tibieza que más tarde se alejó. 

 

Pero me digo: aún somos ese primer gran día. Todavía veo los desfiles a caballo, los bailes adolescentes de la mano. Las fuentes rebosantes de agua. 


Mejor dejar que los infantes desaten los lazos que nos unen a muelles donde los antiguos maestros dormían. Un modo de concentrarnos en el don de lo presentido; lo que no podemos precisar y llamamos ternura, fragancia. 



Todo sucedió, imagino, para que estemos hoy frente al río oscureciéndose. Ya no estamos ensimismados por las aglomeraciones de personas que buscan una tarea que los contenga. Volvimos a una montaña imaginada sobre un césped castigado y algo crecido. No hay más demoras en las autopistas junto al río. Todos fluyen hacia algún lado. Conviene celebrar eso.

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Un lugar humedecido en donde el diseño de los objetos encuentra la aclamación del arte antiguo. Casas con árboles alrededor. Las reverenciábamos de jóvenes de la misma manera que admirábamos los perfiles adustos.

 

Sin embargo, había en nosotros un punto luminoso venido desde un lugar húmedo y lejano. Ínfimo, pero potente. Desde esa luz nació una rosa blanca, frágil por fuera, espléndida por dentro, llena de la adoración que su íntima luz le daba. Con ella descubrimos que las rosas iluminan un obelisco filoso, que no sé de dónde viene, pero responde a vivencias que han quedado en el agua para que las rescatemos. 

 

Nuestros brazos buscan volverse tiernos cuando las estrellas nos tocan. Todo se equipara en el escenario. Conviene recordar: ¿quién puede concluir una frase con demasiado énfasis?

Solo el amor sentido. 


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Pasa un tren y no puedo imaginar lo que había antes del tiempo. 

La grandeza deja desaparecer el día. Busco una lagartija al sol sobre una piedra que conserva el rocío de la mañana y ella, de pronto, aparece me mira un instante y se pierde. 

 

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