Los pobres que incomodan con sus pedidos
mientras las personas intentan abstraerse
en las mesas de sus angustias de seres
más acomodados.
La pasión por tomar
las avenidas más rápidas.
La voluntad de tener un mejor auto.
Las rubias que se tiñen todavía un poco más.
Las rusas que se asemejan unas a otras
en las proximidades de la ciudad
que está siempre con un ritmo
que los taxistas llaman "el habitual".
Los monumentos que exaltan
las gestas históricas.
Los semáforos y sus ritmos.
Los poemas que uno escribe
sin saber la mayoría de las cosas
que quiere decir.
Las vueltas de la calesita en la plaza
que admira el calesitero como parte de su oficio.
El ritmo cansino
que a veces tienen los perros
y la obsesión por hurgar lo que está
en los rincones.
Las doncellas de los cuentos de hadas.
El supermercado tan bien lustrado.
Como lustrado están los muñecos antiguos
que permanecen en el escaparate de las subastas.
Es porque son de jade, me explican.
Las rubias y morochas que son famosas.
Los viejos que también son célebres por
su encomiable autoridad para decir.
Los pibes que escuchan hip hop y mejor:
lo bailan. Las estaciones del subte.
Son siempre las mismas:
no hay acuerdo en la Legislatura
para nombrarlas diferente.
El cielo que se ve en momentos de suma
angustia, si es que angustia es la mejor forma
de nombrar lo que en verdad ocurre.
jueves, 9 de julio de 2015
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