Íbamos con mi padre,
por primera vez en tantos años,
en un colectivo sentados en el asiento de atrás.
Veníamos de ver a una contadora en un barrio
alejado
y habíamos conversado, como tantas veces,
de las vicisitudes de la vida, como ser
que él me había tenido con mamá de joven,
que él me había tenido con mamá de joven,
cuando todavía no estaba recibido, –era pobre dijo-
y ahora, de pronto, yo iba a cumplir, nada más y nada menos,
cuarenta y tres años.
Me siento un poco grande y un poco chico,
pensé.
Pero opté por decirle
que de ese escenario acuciante
había salido airoso. Y él me dijo:
había salido airoso. Y él me dijo:
Hacemos lo posible y dejamos a Dios
lo imposible. Y me pareció bien.
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