martes, 15 de marzo de 2016

Cuarenta y tres años

Íbamos con mi padre,
por primera vez en tantos años,
en un colectivo sentados en el asiento de atrás.
Veníamos de ver a una contadora en un barrio alejado
y habíamos conversado, como tantas veces,
de las vicisitudes de la vida, como ser 
que él me había tenido con mamá de joven,
cuando todavía no estaba recibido, –era pobre dijo-
y ahora, de pronto, yo iba a cumplir, nada más y nada menos,
cuarenta y tres años.

Me siento un poco grande y un poco chico,
pensé.

Pero opté por decirle 
que de ese escenario acuciante 
había salido airoso. Y él me dijo:
Hacemos lo posible y dejamos a Dios
lo imposible. Y me pareció bien.


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