El
tiempo es como una dedicación infinita
para que
uno asuma con mucha reticencia
las verdades
finales de la vida: que hay deseo,
felicidad
a veces, dolor, y por último una muerte
que
suele venir asociada a un padecer también último
que
tiene el cuerpo para que con el alma ocurra
vaya a
saber uno qué cosa.
Entonces,
la posibilidad más espléndida
es fijarse
muy bien en las gaviotas
arriba, hacia
el cielo, vigilantes de todo
lo que
pasa en el mar y la tierra
y confiar
en ellas como quien confía
en todo
lo que hay, y sentir en uno y en ellas
la presencia
de una divinidad última
que está
atrás de todo, oculta, no para protegernos,
no para
ampararnos, sino para servirnos de alabada guía
en la búsqueda
del amor por uno mismo
y por el
prójimo, que es otra cosa.
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