Las cosas se movían con rapidez
y después ahondaban cierta lentitud,
y más adelante se quedaban estáticas,
como a la espera de una perfección ya innecesaria.
Para entonces estábamos sumergidos
en un ir y venir por los médanos de una playa
que recorríamos otra vez con el entusiasmo
de cuando éramos incapaces de tener
otra cosa fuera de un sentimiento fugaz.
Y cuando creíamos que habíamos llegado
donde las cosas adoptan una forma tan palpable
que puede ser relatado, en las rocas
descubrimos la experiencia que destella:
la casita de la Virgen de los pescadores.
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