jueves, 11 de abril de 2019

Buenos Aires, pintura 1, la belleza de lo imperfecto

Quiero contemplar el río mucho tiempo y tener algo de esa entereza, algo de esa descomunal fuerza en mí. Donde vivo hay un río inmenso; se abre paso hasta el mar, un fenómeno único que muchos pasan por alto pero que se puede captar en su dimensión última, la más sutil. Y lo mismo tantas cosas como en tantos lados.

Aunque tal vez un poco más por acá: esta ciudad tiene un conjunción de esplendor y miseria infrecuente. Una civilización impostada, falsa, pero al mismo tiempo, en puntuales y contados espacios, reluciente y admirable, un emplazamiento que quiere superar a su propia barbarie, aunque ella irremediablemente siempre vuelva, igual que las olas a la orilla.

O más bien, pasa que ese río, gracias a los encumbrados, alimenta una resistente miseria que a su modo se encarga de destruir lo bello y lo plácido.

Por supuesto que todo podría ser diferente. Todo cambiaría si la pobreza cruel y potente sobre la que sostiene sus columnas se alejara, como pasa en los países del norte, que pueden direccionar lo explotado hacia al sur, o hacia el este. Pero en nuestro caso eso debería ser mucho más al sur o al este de lo que estamos; lo cual es un imposible. De manera que eso no pasa por acá. Por acá, de hecho, las cosas son más intrincadas y, desde el punto de vista sentimental, más próximas (seguramente porque no hay autoridad que se imponga). Nadie obedece a nadie. Lo indómito persiste incluso cuando los otros, los doblegados, son destruidos.

O en verdad caen, pero solo por un momento, porque sus hermanos y sus hijos, y enseguida muchos otros, aparecen, toman su lugar y resisten, luchan para revivir la dimensión bárbara a la espera de un contacto que los pueda reinstalar. A través del esfuerzo, buscan de corazón lo que se supone que es algo brillante y logrado. Una situación próspera, un manto capaz de crear riqueza. Lo perfectamente deseado.

Si los lugares se definen por sus tradiciones, recién después vienen sus movimientos hacia el futuro.

La tarea de transformar lo que se hizo una costumbre, y lo mismo pasa con nosotros, es el esfuerzo de una vida. Son muy similares los cuerpos cualquiera sea su forma o dinámica. Y muy similares las cuestiones que debemos resolver unos y otros. Si de continuo la tragedia invade cualquier ciudad, acá cualquier tragedia se vuelve una presencia un tanto más hiriente; la posibilidad de una salvación parece por momentos posible, pero una y otra vez, a pesar de contados y pequeños avances, esa maravilla nunca ocurre. Y las olas van y vienen, y a nosotros nos toca descubrir la belleza de lo etéreo, las bondades tornasoladas de lo imperfecto. Y en eso estamos.

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