Este proceso que cuento no ocurrió de un día para otro sino que fue un periplo, largo y penoso, hasta que un buen día, Dios alabado seas por todos los milenios, creador de la gracia que estaba en algún lado y yo, potente y fiel trabajador de la vida, y de seguro también, hombre afortunado por los designios divinos de astros que están a lo lejos, pude ser lo que deseaba ser.
Entonces, una energía diferente, alada, fresca, espontánea, genuina y dúctil, desestructurada y franca, vino a mí, tomó mi cuerpo y lo alineó literalmente. Ya mi lado izquierdo dejó de ser tan voluptuoso y despertó mucho más el derecho, y esa luz que, como dije, es tibia, adopta distintos colores según los momentos y días -a veces piedra turquesa, otras dorada, otras rubí-, la tuve en mí, y una cobra impetuosa se arrobó en esa energía, se alzó desde mi coxis a través de mi columna vertebral, mostró su cabeza, aguda, penetrante, mostró su lengua sagrada, negra e intrigante y, dispuesta ejercer la potencia que las circunstancias requieran, me alzó a mí también.
Y así pude ir por las calles, y la gente comenzó a verme y a querer estar conmigo. Y esto que cuento no es una alegoría, es literal.
Y yo temí que las flaquezas en algún momento volviesen, pero no volvieron en la forma que estaban antes. Y desde entonces agradezco.
martes, 17 de diciembre de 2019
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