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lunes, 20 de enero de 2020

Soñé que me alejaba de mí mismo, Roma


Soñé que me alejaba de mí mismo, de mis incontrolables manías, de mis amados gestos, de mis sueños incluso, y me iba a un lugar en donde todo lo que a mí me importa, no importaba.

Y en ese mundo, estaba rodeado de fantasmas conocidos durante mi infancia. Guerreros chinos que había en la casa de mi bisabuela. Y en ese lugar, que era un desierto bíblico, aprendía a no ser más yo mismo. Aprendía a olvidar lo que había aprendido, e incluso olvidaba lo vivido.

Y lo hacía en un plano tan profundo que me convencía de que era capaz de ir como un mendigo sujeto a la generosidad del prójimo. Y partía. Y pronto notaba que en la medida que más y más vagaba, la gente me resultaba más llana, más amorosa, más contenta con esta forma de ser mía que ahora tenía, y que era una forma exclusivamente centrada en los demás, sin un acento destinado a lograr algo en especial. Y sin embargo, lograba cosas espectaculares; cosas absolutamente desprovistas de algún tipo de magnificencia.

Y de ese modo me volvía una pintura donde estaba junto a montones de ángeles y santos en un paisaje renacentista, y quedaba pintado en una iglesia ubicada en el centro de Roma. Y a partir de ahí me veneraban por los siglos de los siglos debajo de la Virgen, de Cristo y varios Santos. Y yo quería salir de ahí, pero no podía.

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