En Punta del Este, Uruguay, en su casa de veraneo, un lugar que compartíamos, llegaba a pasar todo el día en un sillón en el jardín y luego, a la caída del sol, salía a caminar, en una calle rodeada de pinos, apenas hasta la esquina, (por entonces le costaba caminar), y volvía para escribir unos artículos que mayormente eran citas de grandes e ilustres pensadores que publicaba, con poco interés de parte del resto de mi familia, en un diario tradicional y venido a menos de la Argentina.
Como para mi madre ese hombre era tremendamente importante, él lo era para mí y por lo tanto, todo su mundo, todos sus intereses, inclinaciones y juicios también lo eran. En esencia, porque era un caso único y porque yo tenía la suerte de ser el nieto de alguien tan especial por carácter transitivo y lo que es mejor: podía ser como él hasta sentirme arriba de otros, y de esa manera esperaba no sentirme tan mal por lo desgraciado que era. El plan no era bueno y no podía funcionar. Y así fue. Por suerte.
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