martes, 16 de junio de 2020

Un dragón de Komodo


Dormí, como casi todas las noches,
con una actividad cerebral intensa.
Mi cuerpo se acelera porque la mente
capta demasiado durante el día.

La pobre queda excitada y no logre tranquilizarse
incluso avanzada la noche -las imágenes incongruentes
se suceden y se repiten obsesivamente-

Noches así suelo amanecer eléctrico
aunque de una forma muy distinta a cuando era joven.

Debo intensificar los ejercicios de relajación.
Pero me cuesta y en un punto no sé si quiero;
ese camino se parece al destino de un ser indolente
(aunque podría ser también visto
como alguien calmo y sabio).

Lograr esa atención máxima en favor
de experiencias del tipo místicas
en verdad no sé; no puedo ver si después ellas
podrían ser tamizadas por una mente
simplemente aletargada.

Me genera sospechas la idea
de que existiría algo idílico y permanente
donde uno podría ubicar su consciencia.

Volverse un ser luminoso. Volverse alguien
no condicionado por un cuerpo atravesado por deseos
me hace pensar en un dragón de Komodo al sol.
Un dragón imponente en su quietud insondable.

En fin, ya anochece. Voy a disfrutar
los últimos instantes del día.

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