Volví al campo.
Esta vez con mi amigo W.
Hablamos casi todo el tiempo de cosas personales,
las historias de nuestros ancestros y después
las historias de uno, esos asuntos que valen la pena.
Dije bastante acerca de mis inseguridades
deseos insatisfechos y ampulosas cosas escondidas
que después, cuando se supera el miedo a decirlas,
muestran dimensiones muy diferentes
a lo que eran en la mente.
Sí, he notado que esas cosas por fin,
una vez dichas, pierden su estatura,
ferocidad e impulso y terminan
mostrando arranques cada vez más infantiles,
hasta que lo sostenido entra en una fase de deshielo
y el estado cambia, cierta curación llega,
y se establece algo.
Al final del día, le señalé a mi amigo
el sol perdiéndose en unas nubes.
Las vacas pastando debajo seguían inmutables.
El final del día en invierno
tiene un encanto porque
lo frío y lo opaco auguran un tiempo
que prometen en su profundidad
un renacimiento.
Un renacimiento en vida,
lo máximo que podemos aspirar.
Algo así pensé en ese momento
pero por supuesto no fui capaz
de decirlo porque ese tipo de cosas
no se dicen fácil entre los amigos.
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jueves, 18 de junio de 2020
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