domingo, 19 de julio de 2020

La cabaña en la Selva Negra

Ahora creo que mi fascinación por la cabaña de Heidegger es otra de las típicas maniobras de la psiquis para justificar lo que ella precisa a un nivel muy primario. Esas necesidades tienen que ver con la "puesta en escena" -o autoconciencia- que cada uno ha hecho en la medida de sus posibilidades. Y cuando digo "en la medida de sus posibilidades", quiero decir en la limitada proporción de libertad que la crianza y el desarrollo nos dejan.

La familia, el entorno, la sociedad. Es sabido: poco es lo que podemos hacer fuera de esos espacios. Hacer el esfuerzo de derribar las paredes de esas casitas que nos armamos (incluso sabiendo que nunca las vamos a derribar del todo) es un primer paso.

A su vez, en mi caso particular, esa cabaña justificaría ciertas sensaciones de soledad y determinadas pretensiones en cuanto al valor de mi sensibilidad. Y justificaría cierto desapego por involucrarme con ciertas doctrinas o movimientos (y hasta mi falta de interés por ciertos espacios materiales). Es decir, esa casita, en varios sentidos, me viene bárbaro.

Lo más extraño es que ahora, incluso cuando veo la maniobra, me resisto a abandonar la idea. Es muy importante para mí tener algún tipo de cabaña. Me niego a abandonar mi idea acerca de la importancia de tener un espacio personal desde donde intentar conexiones con otros. Como sea, la cabaña es un tesoro. Se llame como se llame, adoro esa cabaña. O mejor dicho: soy esa cabaña, vivo de alguna forma para esa cabaña (y no me imagino la vida sin esa cabaña -que ya es completamente mía aunque no podría decirles bien donde está-). Esa cabaña es básicamente, fuera de datos concretos e importantes -familia, trabajo, amigos- la justificación de mi ser en el mundo, y es una justificación bastante endeble porque es muy particular y por lo tanto de lo más inasible.

Espero se entienda.

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