sábado, 4 de julio de 2020

Un verano de un tiempo atrás

Voy a hablarles acerca
de la idea de un sobreviviente.
La fórmula de un ejemplo.

La vida de un gato entre
guijarros en la playa.

Lo iluminaba
la luna espectacular 
de cada momento 
especial del mes.

Esa luna 
se posaba en el mar 
de esa playa 
donde el gato
pasaba sus días 
indefectiblemente 
impávido.

La indolencia de ese gato tendía 
a intensificar mis nervios
en la frontera de un país 
demarcado por las arbitrariedades
de los momentos históricos.

La idea de esa playa
todavía me persigue. 

Porque más que una idea, 
esa playa es un hecho y una realidad
mucho más intensa y particular
en mi mente.

Una mente a la caza y a la pesca
de un número indeterminado de imágenes,
secuencias, ideas vagas 
(algunas veces productivas),
que se deslizan 
a la par de la olas 
que tiene la playa.

Esa playa, la verdad, es algo espectacular.

Todavía es, o al menos 
lo era hasta la última vez que fui, 
un punto remoto. Y tiene lo que llamo 
un punto energético inmaculado. 

Pero lo que llamo así 
no vayan a creer
que es exactamente eso 
para alguien más.

No vayan a suponer 
que las cosas que me han quedado
grabadas son un hito fuera de mí mismo
-la noche esa en Pisa por ejemplo:
la ciudad estaba quieta por el frío
y por esas suertes 
lo viví de esa manera 
y nadie más-

y eso
me ha hecho creer 
más en mí mismo 
que en cualquier idea o impresión.

En fin,
la vida del gato 
tal vez debe ser así,

y tal vez por eso 
su indolencia
me irrita tanto

en esa playa

que imagino
todavía espectacular 
para que adquiera
más fuerza.

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