Fue lindo, cuando caía la noche,
escucharlo preguntarme si no quería caminar.
Con las bicis a un costado, caminamos
hasta que la oscuridad fue total.
Luego subimos a las bicis, pedaleamos
y le pregunté por qué no leía libros.
Me dijo que como estaba era feliz,
que nadie de su edad leía un libro.
Solo un amigo al que llama William
leyó el principito pero a los ocho años.
Pensé entonces en los cambios, en las cosas
que construimos para que con el tiempo
se caigan y otras en su lugar se alcen.
Vi entonces los castillos de arena
que hacíamos
mientras las olas avanzaban en la orilla.
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