Me fijo en la manera amorosa
en la que nos dedicamos a levantar
las hojas desparramadas por el jardín.
Estamos frente a un pequeño canal
cada vez más desbordado
por las lluvias en el norte.
Hablamos de cuadros ingenuos
que esconden exóticos animales
purificados por los colores del atardecer.
En el comienzo de este otoño,
nos gusta sentir la luz
entre hojas endebles
cerca de donde una vieja perra
aguarda la llegada de su benefactor.
Hablamos también
del miedo a las aglomeraciones
y de personas que buscan
un trabajo que los mejore.
Imaginamos la grandeza
de una montaña nevada,
lejos de este parque que sobrevive
con el césped algo crecido.
No hay más demoras
en la autopista junto al río.
Todos fluyen hacia algún lugar.
Vemos el tráfico desde lo alto.
De tanto en tanto, se escuchan
canciones que vienen de los autos.
Hay casas con ladrillos
de un rojo intenso
y grandes cedros alrededor.
El rojo es parecido a un paisaje
que disfrutamos hace un tiempo;
un desierto rocoso y lejano.
Esa vez vimos una lagartija al sol
sobre una piedra que conservaba
el rocío de la primera mañana.
Y recién nos acordamos de eso.
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