viernes, 11 de diciembre de 2020

Nuevo año

  

Estamos frente a la vidriera 

de una sofisticada galería

debatiendo sobre un cuadro 

que no es abstracto porque,

como bien decís, muestra,

de forma muy tenue, unos pantanos 

donde una cigüeña, pequeñita entre 

grandes manchas, mira unos cuervos 

que graznan a su alrededor. 

 

En el horizonte se ve un fuego

que le da al conjunto un toque

inquietante.


Más allá, en la esquina, vemos cómo 

unos mendigos también arman un cuadro, 

así como están, echados en las veredas, 

bajo las luces, mirando pasar los taxis, 

cerca de gente que se aproxima

al mejor punto de la celebración

sobre esta avenida vibrante 

por los festejos de año nuevo. 

 

 

Ellos, como nosotros, 

buscan una paz duradera, 

ahora que la música,

de un modo inusual, nos relaja.

 

Lo triste, no puedo dejar de pensar en eso,

es que recordaremos esto como otro 

evento feliz más de cierto pasado.

 

Más allá, viven estrellas 

poderosas y lejanas que, 

como nosotros, las muy pobres,

también morirán.


 

Por mucho que lo intento nunca llego 

a convencerme de que exista un Dios 

amoroso y menos exaltado que estos festejos.


Como sea, espero que después 

de estos días de vacaciones 

puedas abrazarme con la mirada. 

 

Cualquier cosa que nos acerque

sin embargo me alcanza.

Acá hay un muelle. 

La luna está de un blanco transparente.


Su forma redondeada tiene un misterio 

que nos hace imaginar las parcelas 

que puede haber en ese lugar.

 

Y en esa esfera volvemos 

a imaginar un cuadro, 

o al menos cierta plasticidad.


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