Estamos frente a la vidriera
de una sofisticada galería
debatiendo sobre un cuadro
que no es abstracto porque,
como bien decís, muestra,
de forma muy tenue, unos pantanos
donde una cigüeña, pequeñita entre
grandes manchas, mira unos cuervos
que graznan a su alrededor.
En el horizonte se ve un fuego
que le da al conjunto un toque
inquietante.
Más allá, en la esquina, vemos cómo
unos mendigos también arman un cuadro,
así como están, echados en las veredas,
bajo las luces, mirando pasar los taxis,
cerca de gente que se aproxima
al mejor punto de la celebración
sobre esta avenida vibrante
por los festejos de año nuevo.
Ellos, como nosotros,
buscan una paz duradera,
ahora que la música,
de un modo inusual, nos relaja.
Lo triste, no puedo dejar de pensar en eso,
es que recordaremos esto como otro
evento feliz más de cierto pasado.
Más allá, viven estrellas
poderosas y lejanas que,
como nosotros, las muy pobres,
también morirán.
Por mucho que lo intento nunca llego
a convencerme de que exista un Dios
amoroso y menos exaltado que estos festejos.
Como sea, espero que después
de estos días de vacaciones
puedas abrazarme con la mirada.
Cualquier cosa que nos acerque
sin embargo me alcanza.
Acá hay un muelle.
La luna está de un blanco transparente.
Su forma redondeada tiene un misterio
que nos hace imaginar las parcelas
que puede haber en ese lugar.
Y en esa esfera volvemos
a imaginar un cuadro,
o al menos cierta plasticidad.
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