Te ibas de tus manías
para ir a un lugar
donde lo que deseabas
dejaba de pesar.
Y en ese frío desierto,
aprendías a olvidar
incluso tus vivencias.
Y eras capaz de parecer
un mendigo.
Y cuanto más vagabas,
más llana y querible
te resultaba la gente.
Y gracias a tanta bondad,
te volvías un santo
y te pintaban
en una iglesia de Roma
junto a montones de ángeles.
Y te veneraban.
Pero vos querías
salir de ahí.
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